..-Bueno, entonces así le hacemos, pasas por el coche del abuelo a las 10 y llegas por mi en treinta minutos ¿correcto?... bien, aquí te espero y gracias cabron – Colgó el teléfono lo más rápido que pudo y tomo las muletas que estaban apoyadas sobre la cama, se dirigió al baño, tomó una ducha, se lavó los dientes y bajó a la cocina. Para cuando terminó de preparar el desayuno, y con esto me refiero a sacar cuatro paquetes de galletas con chispas de chocolate y tres jugos, ya eran las diez veintitrés de la mañana y Chema no tardaría en llegar. Chema era su mejor amigo, lo conoció hacía ya siete años cuando jugaban juntos en un club local de futbol y desde entonces se veían un par de veces por semana. Y aunque Chema ya no jugara más y ahora se dedicara a bailar tango, siempre estaba uno para el otro.
-Ya no debe de tardar este cabron – Pensó y en ese mismo instante sonó el timbre de la casa, era él, era su amigo, llego en un flamante datsun rojo modelo 89 con el tanque de gasolina casi vacío, sin radio y con unos cinturones de seguridad muy poco confiables pero que sería su salvación. – Vámonos ya por que tengo que alcanzar a Carbajal en el estadio- y así comenzó aquel día de septiembre.
Chema arrancó el coche y el motor soltó un sordo rugido –No mames cabron a ver si llegamos, se me hace que esta madre no aguanta hasta Neza –, -pues mas nos vale que llegue, por que si no, ya valí madre-. Tomaron camino hacia Avenida de las culturas, llegaron a Aquiles Serdán y doblaron a la derecha con un paquete de galletas casi vacío. – Gracias por venir hermano, en verdad que ya no sabía que hacer, la última vez que fui fue por que mi papá me obligó, imagíname en el metro en muletas y hasta Pantitlan -. – No te lo creo, estas muy cabron –. - O muy cabron o muy pendejo la verdad no se – dijo Hugo un tanto irónico. Aquiles Serdán quedó atrás y también Vallejo y cuando llegaron al circuito interior, atestado de coches como de costumbre, no supieron a donde dirigirse. – ¿Y ahora?- preguntó Chema cuando se detuvieron en una luz roja.
– Pues no sé, como nunca viajo en coche no se para donde, pensé que tu sabias-
– No mames ¿y ahora?- Por suerte ese semáforo duraba muchísimo y un taxista, como enviado del cielo, se paro al lado del asiento del copiloto. Era un tipo un tanto pasado de kilos, con cara de pocos amigos y para enaltecer su ego Hugo le dijo – ¡Joven! Buenas tardes ¿me podría decir como llegar al estadio Neza 86? Y el chofer respondió con una cara irónica y una sonrisa que mostraba su dentadura amarillenta con un diente de oro – Das vuelta en la siguiente avenida a la derecha y en Viaducto le das todo derecho hasta que llegues al aeropuerto y en…- Hugo no alcanzo a oír la indicación completa por que, como era de esperarse, la luz ya estaba en verde y los conductores que estaban atrás sonaban la bocina como si nunca fueran a avanzar. – ¡Puta madre ya no escuche lo que dijo el gordo ese!-. – Pues a ver a donde chingados llegamos- dijo Chema con la boca llena de galletas.
Por fin después de casi hora y media llegaron al Neza 86, que los recibió con las puertas abiertas y ese asqueroso olor que desprendía el basurero que quedaba a cinco minutos de ahí. Bajaron del coche temerosos a un cristalazo. – No creo que se quieran llevar un paquete de galletas a medio comer y tres botes de jugo vacíos- dijo Chema entre risas. – Completamente de acuerdo- . Hugo bajó a la cancha y todos estaban entrenando, desde la primera A hasta la sub. 17, solo que había una pequeña diferencia: La primera A entrenaba dentro de la cancha y la sub. 17 estaba en una banda pegada a las gradas y a un lado del defensa Víctor Cabrera estaba parado el profesor Carbajal.
- Profe buenos días-
- Que pasó Hugo ¿Cómo sigues de la rodilla?-
- Pues nada bien, los resultados de la resonancia dicen que tengo mucho líquido y el ligamento esta muy lastimado. Lo peor es que tengo una ruptura de menisco. Así que me voy a Guadalajara a operarme-
- No me digas, es una lastima y mas ahora que estamos por comenzar el torneo. Pero en fin. ¿Cuándo te vas?-
- Mañana mismo, pero no quería irme sin avisarle, aparte se que si me quedo aquí nadie me va a ayudar y menos si no tengo registro en la federación- dijo un tanto comprometedor.
- Tienes toda la razón, mejor vete y llámame en cuanto sepas cuando te operan y como vas evolucionando- dijo Carbajal con ese aire de sabiduría que tienen todos los futbolistas, pero que en realidad no saben nada. - Pídele su teléfono a Israel para que también estés en contacto con el. Y pues mucha suerte, recupérate lo más pronto que puedas y aquí te veo.
- Gracias profe nos vemos pronto-.
Salió de la cancha y se fue a buscar a Israel, el medico del equipo, que estaba en el consultorio, le dio una mirada a la rodilla de Hugo, que para ese entonces estaba tan gorda como una papaya. – Cuídate Cuando salio hacia el túnel que daba a la cancha pudo divisar la silueta de Chema contemplando la cancha y los entrenamientos en silencio, con ojos nostálgicos, como si algo ahí le fuera familiar o estuviese perdido. El chico con la rodilla de papaya se acerco y preguntó - ¿Lo extrañas?- Su amigo respondió con una sonrisa y continuó en silencio hasta que salieron del estadio. Eso era un si evidente, Chema nunca se quedaba callado y menos cuando estaba tan cerca de una cancha.
Ya estando de regreso en el coche y con camino a la puerta del inmueble Hugo pidió que se para en la primera tienda por la que pasaran y así fue. – ¿Cuánto le debo señora? Fueron dos cocas chicas, unas papas y me da unos cigarros (aunque seguían siendo deportistas gustaban de fumar)-. – Van a ser cuarenta y siete pesos- pagó la cuenta y se volvió al coche, Chema estaba recargado en la puerta cerrada. Hugo se acerco, le dio los cigarros y dijo – Chema, ¿te acuerdas cuando te dije que nunca te iba a prender un cigarro?-. – Si - respondió su amigo. – Pues préndeme uno tú porque yo con estas muletas no puedo- y los dos se botaron a reír.
Hicieron casi dos horas de regreso a casa de la abuela que era donde vivía Hugo. Al llegar llamo a sus padres para avisar que ya estaba de vuelta y que al día siguiente tomaría el primer camión a Guadalajara, sus papás estuvieron de acuerdo y sin más se despidió. Esa tarde comieron las no muy nutritivas pero si deliciosas papas empanizadas de la abuela, ensalada y dos jarras grandes de agua de fresa. Terminaron la comida y salieron a fumar a la calle. – Gracias por haberme llevado, gracias por estar conmigo. Creo que no tengo que decirte que aquí estoy ¿cierto?- . – No te preocupes hermano-.
Chema se fue a dejar l coche casi a las seis, la abuela salio casi detrás de el, tenia una de sus reuniones de amigas no muy lejos de ahí, así que la casa quedo vacía y fue en ese momento de la tarde en el que Hugo lloró, se sentía triste, sabía que este tipo de lesiones toman tiempo y que la recuperación nunca es fácil. También sabía que tardaría mucho en volver a estar con sus amigos, tardaría en estar de regreso en las canchas, pero si había algo que le doliera casi igual que no poder jugar futbol, era saber que se distanciaría de su mujer, de Jessica. Aquella chica soñadora que había estado, hasta ese momento, a su lado, esa muchachita que siempre le dibujaba una sonrisa, que lo escuchaba y lo cuidaba. Si, eso era algo que realmente le dolía. Decidió llamarla y darle la noticia:
- Hola flaquita ¿Cómo estas?... que bueno, yo también gracias, bueno… la verdad es que no estoy tan bien. Los resultados del medico no son los que yo hubiera querido, dice que no hay otra solución, solo una cirugía y muchas terapias ayudarán a que mejore del todo y para eso tengo que viajar a casa de mis papás, allá me operaran y hare mis terapias- dijo con una voz muy frágil, que no era la habitual, una voz que se rompió en llanto cuando le dijo que se marchaba al día siguiente. Del otro lado solo se escuchó una voz que sollozaba palabras de aliento. Su mujer le dijo que no se preocupara, que todo estaría bien y que ella estaría ahí para el, continuaron platicando y cinco minutos después se despidió con un te quiero envuelto en mil pensamientos y las lagrimas secándosele en las mejillas.
A la mañana siguiente, ya con la maleta en la puerta lista para salir, se ducho y guardo en un bolso aparte un par de libros, su reproductor de música, su cartera, un cuaderno y una pluma. Y a las 11 de la mañana pasó su tío Luis a la casa para llevarlo a la central de camiones. Fue en un trayecto corto, agradable como todos los momentos que pasaba con su tío (quería mucho a su tío Luis aunque no lo demostrara tanto). Cuando llegaron a la central se despidió, dio las gracias y se dirigió al aparador. La gente que estaba ahí presente lo miraba un tanto confusa, no era muy común ver a un chico de 18 años (aparentaba ser mas joven) en muletas, cargando trabajosamente un par de maletas y comprando un ticket a esa hora. – A Guadalajara por favor- . – Bien señor Zamora (pocas veces le decían señor, tal vez lo hacían ahora por su aspecto y por que no se había afeitado en días) tiene que estar en la puerta 7 en 10 minutos ya listo para salir- dio las gracias y se fue lentamente a la puerta 7. Antes de abordar el camión le entregaron un jugo de guayaba, agua embotellada, un sándwich de jamón y dos galletas de avena con canela, subió y no pensó dos veces en abrir las galletas aunque acababa de desayunar, - Serán ocho largas horas hasta llegar a Zapopan- pensó mientras tomaba un poco de agua. Subió el volumen de su reproductor, se puso una frazada sobre las piernas, abrió un libro y se dispuso a leer mientras es camión se abría paso en el trafico que se iba diluyendo a medida que se acercaba cada vez mas a la autopista México-Querétaro.
Despertó un poco mareado por los movimientos bruscos que hacía el chofer y noto por la ventana que el sol ya estaba muriendo y la obscuridad comenzaba a tenderse lenta pero obstinada. Se dio cuenta de que no estaba su libro. Lo encontró al asomarse debajo del asiento de a lado, pero en es esfuerzo por buscar su libro sintió un fuerte dolor que le recorría desde el dedo gordo del pie derecho hasta la ingle. Se quitó la frazada de encima y noto que el pantalón le apretaba la rodilla de una manera espeluznante, estaba aun mas hinchada que el día anterior. Decidió no moverse mas, pero el dolor era tan intenso que le hacia apretar los puños tan fuerte que al abrirlos le dolían también los dedos de la mano. Por suerte solo faltaban 25 minutos para llegar a destino, llamó a su papa para avisarle que estaba por llegar y acordaron verse en la sala de espera. Cuando colgó sintió rabia hacia su papa por haberlo obligado a ir hasta el estadio en metro y más rabia sintió cuando regresó el dolor a su pierna, esta vez mas fuerte y sobre la parte interna de la rodilla – ¿Por qué le hice caso de ir?- pensó.
Media hora mas tarde bajo como pudo del camión soportando ese dolor increíble y ya estando abajo con sus dos maletas y cojeando vio a su padre a lo lejos, lo estaba esperando con una sonrisa, no sabia si sonreía de gusto por verlo ó de lastima por ver su situación – ojala sonrías igual cuando veas como tengo mi pierna- pensó cuando su padre le decía hola, el solo movió la cabeza, estaba muy encabronado como para responder. Subieron a la camioneta, en el trayecto nadie hablo una sola palabra, un simple como estas hubiera bastado para que Hugo explotara y creía que su padre lo sabía. Llegaron a casa, su madre salió a recibirlos cuando escucho el motor en la cochera, abrió la puerta y corrió a abrazar a su hijo - ¡Que bueno que llegaste ¿Qué tal el viaje?- le pregunto ya estando en la sala y Hugo no respondió se limito a pararse en una pierna y quitarse el pantalón con sumo cuidado. No miro su rodilla, se limito a ver la cara de tristeza en su madre y las lagrimas que brotaron de los ojos de su padre, si, con eso bastaba para sentirse mejor. Después hubo un largo silencio, su padre era muy orgulloso como para pedir perdón y permaneció callado, mientras en la cocina, su madre preparaba café. Tomo una taza y su padre le dijo que al siguiente día irían con el doctor Deobaldía para un último chequeo, al oír la palabra chequeo una fugaz ráfaga de esperanza paso por su mente – puede haber otra solución, tal vez la resonancia es incorrecta-. Pero esa esperanza se desvaneció a la mañana siguiente en el consultorio del doctor.
El doctor José Deovaldía era tipo enorme con brazos cortos y un ojo de cristal, consecuencia de un choque varios años atrás, era un gran tipo, así que no pudo odiarlo cuando programo su cirugía para dentro de un par de días. – Joven, su cirugía será el día 23 de septiembre, lo quiero aquí mañana para hacer exámenes de sangre y listo – sentenció el agradable doctor.
Pasaron los dos días y con ellos pasaron los exámenes de sangre, la ultima llamada a su novia, a Chema y la ultima cena antes de la operación. Y ahí estaba Hugo en un cuarto de hospital vestido solamente con una bata azul pálido y cubierto por unas feas sabanas blancas – que escena tan tétrica, como sacada de un libro de George Orwell-. Los asistentes del doctor no demoraron mucho y dejaron que la madre se despidiera de su hijo, un par de besos y lo llevaron al quirófano donde una enfermera de preciosa mirada le hundía una aguja en el brazo izquierdo, coloco el suero y lo dejo bajo una lámpara enorme que casi lo deja ciego. Después llegaron los asistentes del doctor y el anestesista, que hizo su trabajo y, según el, en menos de diez minutos estaría dormido, aunque no fue así. Tal vez era ese miedo que inundaba su mente el que no permitía que se durmiera, tal vez en lo más profundo de su cuerpo ese miedo seguía peleando por no ceder. Pero no fue suficiente, el anestesista aplico otra dosis y sus ojos se fueron cerrando lentamente, lo último que escucho fue al doctor que le preguntaba que había desayunado, no alcanzó a contestar.
Esa noche sin estrellas soñó que estaba en túnel en donde se escuchaban los ecos de cánticos y un mundo de gente no tardo en reparar que estaba en el acceso a cancha de algún estadio, se miro las manos y vio que traía puestos unos guantes blancos de portero, levantó la mirada y subió corriendo esa escalinata hasta llegar a la cancha. Quedo asombrado al ver el estadio abarrotado no cabía un alma mas. Corrió hasta el arco norte y miro hacia el centro de la cancha donde todos sus compañeros de equipo se acomodaban para dar inicio al partido, pero cuando el árbitro estaba por pitar el comienzo sus ojos se abrieron, experimento un mareo y sintió ganas de vomitar. – Buenas noches- le dijo un doctor que estaba sentado cerca de su cama – si sientes ganas de vomitar es normal, es uno de los efectos secundarios de la anestesia -. Sacudió la cabeza para despertar del todo y miro que su rodilla estaba demasiado abultada, el doctor destapo las piernas de Hugo y dijo – Tienes un vendaje y se esta filtrando la herida, aparte tienes hielo, déjame quitar los aparatos para que te pongas a caminar- finalizó. - ¿A caminar? ¿Ahorita? ¿Con todo este dolor? Solo esto me faltaba- pensó, y el doctor no tardo ni dos minutos en dejarlo libre para caminar – puedes usar el tripié del suero para apoyarte-. Se paró con ayuda del medico (No sabía si era muy gentil o gay) y se puso a caminar por el balcón de su habitación que era bastante amplio. No dolía en absoluto pero sentía como si le faltara fuerza. – Estarás bien dijo el medico y abandonó el cuarto dejándolo solo.
Al otro día llegó su familia. Primero su madre, vestida con es blusa blanca que tanto le gustaba, y detrás de ella llegó su hermana. Se quedaron toda la tarde, platicaron de la familia, que si esto que si el otro y por fin llego su primer comida en dos días, un sándwich de jamón, queso y jitomate, un vaso de jugo de naranja y una galleta – no mames que esto es todo- dijo para si y en menos de dos minutos la charolita verde quedó vacía como su estomago que crujía reclamándole comida, la cual nunca llegó. Mas tarde llegó el doctor Deovaldía y cambiaron los vendajes. Su rodilla seguía hinchada, no tanto como hace cuatro días, además tenia tres moñitos de hilo alrededor de la rótula – Son los puntos que te hicimos, por ahí pasaban el láser, la cámara y un tubito para drenar la sangre- dijo el medico y terminaron su labor, lo subieron de nuevo a la cama, llego su papá y con el llegó la noche. – Dice el doctor que mañana sales si en tu chequeo todo sale bien- dijo su padre y Hugo, que ya no tenía ese sentimiento de odio, solo le dio las gracias. Sus padres se marcharon y se quedó solo de nuevo, abrió su libro y pasaron las páginas, pasaron las horas y llegó el sueño. Cerró su libro y apagó la lamparita de su cuarto.
Aunque sentía mucho dolor en la pierna despertó contento de saber que ese día regresaría a casa y pronto estaría realizando sus terapias, pero no fue así. En el chequeo del doctor aparecía que la sangre no tenia su flujo normal, temió que el vendaje fuera muy apretado y cuando lo quitó vio que la pierna se ponía de un color azul y las heridas expedían un olor nauseabundo - ¿Es normal eso doctor?- preguntó Hugo un tanto confundido al ver que su pierna se veía mal, pero la cara de Deovaldía no lo dejaría mentir – No flaco, esto esta mal, aquí la sangre no esta circulando y no es por que el vendaje este apretado-. José Deovaldía mando llamar a sus asistentes y ya estando todos en el cuarto se pusieron a trabajar sobre la pierna del chico. De vez en vez los doctores cruzaban miradas que Hugo interpretaba de confusión y que lo ponían cada vez mas paranoico, solo estaba esperando el diagnostico final, pero a cada minuto que pasaba la ansiedad se volvía tan despreciable como el olor de sus heridas recién abiertas por uno de los asistentes. Una hora después se fueron todos los médicos con sus caras largas y solo quedó uno de ellos dentro de la habitación, mando llamar a los padres del recién operado y mientras llegaban dijo:
- Te vamos a operar de nuevo-
- ¿Por qué doctor, que me pasó?-
- Hijo tu pierna está infectada, no sabemos bien de que- dijo el doctor para no asustar al muchacho
Por fin llegaron los padres que hablaron con el medico fuera del cuarto un par de minutos, Hugo no alcanzó a escuchar nada y cuando menos lo esperaba, tres paramédicos lo llevaron al quirófano una vez mas, de nuevo inyectaron una dosis de anestesia a la cual ya no resistió y se dejo caer en sus efectos, esta vez los doctores no intentaron distraer su mente, porque cuando llegaron, Hugo ya estaba dormido sobre la camilla.
Salió de la operación sin saber cuanto tiempo había pasado, estaba solo en su cuarto acostado, con la mente en algún lugar dentro de el, usó su pierna izquierda para quitar la sabana y miro su pierna derecha envuelta en una venda amarillenta y nauseabunda, no quiso saber mas y dejó que los restos de la anestesia acabaran con el. Mas tarde ese día lo llevaron en silla de ruedas con el doctor, que al verlo tan cansado, se apresuro a quitar la venda y los dos miraron la pierna. Estaba negra, llena de pinchazos y de sus tres heridas, que ahora eran más grandes, escurría un líquido amarillento. Ya no sentía dolor ni malestar alguno, alguna vez pensó que seguía soñando, que eso no podía ser cierto, que esa parte de su cuerpo no podía estar así, cerró los ojos y pensó que al abrirlos de nuevo despertaría de esa pesadilla, pero cuando los abrió seguía ahí sentado en la silla de ruedas frente al doctor que miraba entre mil pensamientos la rodilla negra. Cerró de nuevo los ojos y supo lo que pasaba.
Abrió los ojos una vez mas y estaba en su habitación, la televisión y la lámpara apagadas, no se atrevía a moverse, los brazos quietos a los costados sin tocar su cuerpo y la mirada fija en el techo, no se atrevía a mirar a ningún otro lado. Se concentro en el techo imaginando miles de formas, palabras, aviones que pasaban y se iban sin dejar rastro alguno. Hasta que por fin decidió mover su mano derecha hacia su pierna, pero la mano siguió de largo hasta tocar la ingle de la pierna izquierda y ahí se detuvo, sabía lo que había pasado. No hizo gesto alguno, no intento reprimir las lágrimas que corrían por su rostro y caían hasta la almohada. Se limito a recordar en silencio….